Cartas sin olvido

Hay historias que merecen ser contadas, te invitamos a compartir también tu historia personal. En esta oportunidad conoceremos la de Haydee Mabel Carrión.

Cada persona que pasa por nuestra vida es única y nos deja algo. Es parte de nuestra historia y de lo que somos hoy. Porque la vida es un cúmulo de recuerdos y experiencias, y somos los dueños de nuestro propio destino. De que el destino lo hace uno mismo está segura Haydee Mabel Carrión, socia de Amec desde hace años y activa integrante del grupo de paseos.

Lo dice muy segura al contar su historia de amor, una prueba que cuando algo se quiere tanto en la vida, cueste lo que cueste, tarde o temprano, llega.

Mabel conoció a quien define como su “primer y último amor” cuando estaba en la panza de su madre y cree que, desde ese entonces, ya estaba enamorada de Adolfo, quien le llevaba solo cinco meses.

La historia de amor comenzó entre vecinos. Adolfo vivía junto a la casa de la tía madrina de Mabel, quien cada vez que su sobrina llegaba al barrio, le decía al pequeño: “ahí viene tu novia”.

Al cabo del tiempo, la madrina se mudó a otra casa y ese hogar, -próximo al de Adolfo, fue ocupado por la propia Mabel, que por aquel entonces tenía 10 años, junto a sus padres.

Los dos niños comenzaron a volverse más unidos. “Íbamos al colegio juntos, hacíamos mandados y jugábamos con los chiquilines del barrio” recuerda ella, agregando que “a los 15 años se nos ocurrió querernos”.

El tímido e inocente noviazgo duró tres años. Sus paseos eran dar vueltas a la manzana, y sus diálogos, la mayoría, a través de cartas. Pero la madre de Mabel no aprobaba la relación de su única hija, y ponía objeciones a ésta; eso llevó a que los jóvenes se replantearan la relación y a que Mabel le ofreciera a su novio poner distancia por un tiempo. “Yo estoy segura que te voy a querer toda la vida”, le dijo, y él para su sorpresa contestó: “toda la vida no, porque quiero a otra como te quiero a vos”.

“Yo pensé que Dios era grande y me iba a conformar, y lo hizo, pero a duras penas” aún recuerda Mabel; y agrega “pero el olvido no me lo dio”.

Adolfo se casó y tuvo dos hijos. Mabel, intentó formar una nueva relación, pero pronto se dio cuenta que “no lo podía querer”, y cortó el vínculo con este otro muchacho.

Fueron años de mucho sufrimiento para Mabel, que rezaba a diario para que le devolvieran a su amado, aunque creía que no tenía esperanzas, y que el destino ya no iba a unirlos.

Pero entonces sucedió el milagro con el que ella siempre soñó y, un buen día, 42 años después de que sus vidas hubieran tomado rumbos distintos, Mabel salió del trabajo y se encontró con Adolfo, que la estaba esperando. Resultó que él había enviudado y, desde entonces, había estado buscando localizarla de todas formas para retomar aquello que había quedado pendiente.

Se vieron, se sentaron en un banco y él sacó de su bolsillo un papel doblado y se lo entregó a ella, que cuando lo abrió, descubrió que era una de las cartas que le había mandado cuando eran adolescentes. Mabel pensó que aquel encuentro, era solo para conversar, nunca se imaginó que su amado quería recuperarla. “Fue un milagro” dice ella, que cree que “se dio porque sabía que yo lo quería y él era un buen hijo, un buen padre, hermano, esposo, un trabajador incansable de imprenta que trabajó de sol a sol para darle todo a sus hijos”. Y la vida los recompensó a ambos.

Así, 42 años después y con 61 años, retomaban el amor del pasado y hacían frente a los obstáculos. “Vos decile a tu madre que yo te quiero con los papeles” le confesó Adolfo a Mabel, y fue así que no permitieron que nadie les arrebatara esta segunda oportunidad de la vida.

Mabel y Adolfo permanecieron juntos 15 felices años, hasta el fallecimiento de él, hace casi una década. Vivían en la casa de él, en un hogar con un gran terreno donde ella podía dedicar tiempo a las plantas, una de sus pasiones. Pasaban horas cuidando la tierra, compartiendo tardes de mates, charlas y recuperando el tiempo perdido.

Un día Mabel encontró sobre el escritorio de su esposo las cartas que ella le había mandado de joven. Él las había guardado todas.

Ella también tenía una carta, la última que había recibido de él durante su juventud. Entre líneas, Adolfo declaraba sus miedos y un amor genuino pero que creía imposible. “Te quiero como siempre, más de lo que tu supones, te quiero hoy que veo lejanos en mi recuerdo los días que juntos felices pasamos. Dichoso 25 de octubre, feliz 9 de setiembre y 2 de enero… Fue la primera ilusión de nuestros días, pero nuestro amor es imposible por culpa de mi cobardía. Que seamos felices, tu por Robinson y yo por Industrias. Sé que cuando te halles en brazos de otros, estarás acordándote de mí. Nuestro amor es imposible, pero que te quiero”

 

Y la vida les demostró que todo se puede, y que sólo quien sueña con lo imposible, puede hacerlo posible.

 

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- Agradecimiento Haydeé Mabel Carrión
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